un cielo extraño

Una tarde de verano con un cielo extraño de techo volví a comprender que seré una ilusa mientras me siga envolviendo hasta las pestañas del amor. Igual lo prefiero así; soy feliz así. Nunca supe querer distinto. También supongo que me queda claro que los círculos no tienen fin, pero sí tengo la capacidad de detenerme para no continuar dándole vueltas. Me hiciste creer en las casualidades de otra forma pero te probé que para que sucedan teníamos que estar ahí. Esa tarde tu beso en la mejilla me descompuso; sé que quisimos tratar de entregar los suspiros que nos robamos aun con aquel silencio de por medio lleno de furia. Tu abrazo fue un tornado, me supo enfriar los pies, calentar el pecho hasta que me tembló todo el cuerpo y apenas tuve fuerzas de subir mi mano derecha para tapar mi boca, porque no creía lo que seguías produciéndome. Fue un arrebato de equilibro mirarte, que te colgaras de mi cuello y sentir tu pecho cerca del mío. Tu olor en el aire, en el viento que pasó y en aquel respiro enloquecedor. Y esa sonrisa después, a media vida en una foto, me elevó a jugar cómodamente entre las nubes. Te había dejado tanto en tan poco. Para el record de los recuerdos, tu boca fue la puerta a los pasillos de mi alma, sus paredes me sirvieron para expresar frases mucho más emotivas que las de acción poética y tus ojos me compraron todos los sueños que guardo de Nunca Jamás. El amor es una palabra muy pequeña y lo seguirá siendo, pero la nobleza de lo que hay detrás sólo se conoce con el tiempo.
FlickR

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