el día que te fleché no llevaba mis vendas

Estoy en la barra, en la barra del restaurante del dios del amor, me he invitado sin invitación, sin invitación porque estoy sin pareja. ¡No pasa nada!, mejor pasa a tomarte un trago de lo que te apetezca y háblame, es lo que siempre me dice. No he dejado de visitarle cuando es su día y me justifica que es porque le odio, yo le explico que no, que no le odio, sino la vestimenta que le han comprado al día de "San Valentin". Entonces entramos en conversación; yo le escucho atenta porque entre su desnudez y sus alas me siento aliviada, aunque siempre le molesto porque lleva vendas en los ojos. Es increíble la forma en que comentamos todo, las parejas cenando con las caricias debajo del mantel, el enojo por las indecisiones, a veces con el conformismo navegando por las venas, otras con la vida corriendo por las mismas de tantas emociones, las miradas llenas de desilusión, en otras la ilusión y ¡cuántas cosas mas! Yo respeto al que no celebra la ocasión por ser alguien más del montón pero admiro al que sale a la calle con alguien más del montón para cumplir expectativas. Y para no insultarle le recuerdo que sé de sobra que hace su trabajo y que igual no depende de él la manera en que cada quien maneje sus circunstancias, y que este es el mundo, el que es monótono, complejo, y que sin esto lo dejaría hasta sin trabajo.
Hoy no me puedo quejar porque he cenado con Cupido, y a pesar de mis quejas me ha abrazado muy fuerte, en este frío, en esta nieve, en este desazón, y me ha susurrado al oído: "el día que te fleché no llevaba mis vendas".

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