paedocypris

Este mes el viento se ha empeñado en congelar el pasado. Que con este frío se hace imposible templar la razón, a pesar del caliente de los cristales de mis ventanas al medio día. Debería de dejar de tejer los recuerdos, sigo quedándome con el otoño en la cabeza, firme, así como tu palabra; el otoño es especial, siempre lo será.
¿Te acuerdas cuando te agarré las muñecas y te dije flojito al oído que tenía ganas de ti? Mis ganas disimuladas detrás de los hilos de la bufanda, las tuyas te brotaban por las cachas de los labios. Cuánto porte para un solo cigarrillo; la mirada te cambia. Te hubiera dejado fumarme el alma de un copazo. Un solo copazo. Cuando te enojabas conmigo me hacías pagar una parte con el sabor que te sobraba en la lengua, porque bien sabías que no lo toleraba; a mí ya qué me importaba, yo sencillamente quería dormirme pegada a tu piel y baldearte el cuerpo con mi calor, el tuyo, nuestro calor.
Todavía el corazón se empeña en extenderte los brazos, abrazarte, sin más, aunque tus sinsentidos mientras cerrabas los ojitos me rechazaran. Lo que no sabes es que cuando sucedía eso el silencio, las rayas verdes de mi pijama y mi lógica quedaban todas para besarte la frente; te rozaba con tanta ternura mi nariz por tu nariz que tú ni te enterabas. Me dejaba morir por el perfume en tu cuello... Ahora mismo lo pienso y me apetece que me escondas contigo por horas.
No sé si Paedocypris me entendería, el pez más pequeño del mundo, pero mi corazón se le compara al clavarme en la imagen blanda de cuando me besaste veintitrés veces la espalda.
Que a esta altura suceden dos cosas: me sigues cuidando y las cuerdas de tu voz se empapan de nervios cuando me hablas. Y si no es verdad, déjame seguir mintiéndome.

FlickR

1 comentario:

  1. Precioso; es todo lo que sientes, lo que transmites, lo que percibes. Siempre me dejas sin palabras.

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