Ni los piratas del caribe saben de este tesoro, del que tengo abrazado y pegado al pecho, cuidándolo con escopetas escondidas entre los dientes; éstas joyas y éstas perlas sirven de distracción, debajo está mi otra tierra, mi otro sol: tu corazón. Mi caja torácica del pulmón derecho está lista para convertirse en su hogar. Eres un suero de calma mas 10 cc de dulzura; mi defensa, el alivio que me salen a comprar los pájaros silvestres a otras aguas y la fuerza que entierro en las playas de mi alma. Eres el cofre de la vida y de la respiración limpia, sana. Mi otro co-(f)re-zon.
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paedocypris

¿Te acuerdas cuando te agarré las muñecas y te dije flojito al oído que tenía ganas de ti? Mis ganas disimuladas detrás de los hilos de la bufanda, las tuyas te brotaban por las cachas de los labios. Cuánto porte para un solo cigarrillo; la mirada te cambia. Te hubiera dejado fumarme el alma de un copazo. Un solo copazo. Cuando te enojabas conmigo me hacías pagar una parte con el sabor que te sobraba en la lengua, porque bien sabías que no lo toleraba; a mí ya qué me importaba, yo sencillamente quería dormirme pegada a tu piel y baldearte el cuerpo con mi calor, el tuyo, nuestro calor.
Todavía el corazón se empeña en extenderte los brazos, abrazarte, sin más, aunque tus sinsentidos mientras cerrabas los ojitos me rechazaran. Lo que no sabes es que cuando sucedía eso el silencio, las rayas verdes de mi pijama y mi lógica quedaban todas para besarte la frente; te rozaba con tanta ternura mi nariz por tu nariz que tú ni te enterabas. Me dejaba morir por el perfume en tu cuello... Ahora mismo lo pienso y me apetece que me escondas contigo por horas.
No sé si Paedocypris me entendería, el pez más pequeño del mundo, pero mi corazón se le compara al clavarme en la imagen blanda de cuando me besaste veintitrés veces la espalda.
Que a esta altura suceden dos cosas: me sigues cuidando y las cuerdas de tu voz se empapan de nervios cuando me hablas. Y si no es verdad, déjame seguir mintiéndome.
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situaciones y cartas

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pinocho

Tengo días similares a este en los que no siento nada; nada para expresar, que no sea a ti. Se me complica tanto describir mi estado que quizás solo las canciones de Luis Ramiro me comprenden. A veces creo que perder la cuenta de los días ayudaría un poco, imaginar vacaciones, vivir en un asteroide y solo seguir cuidándote; a mí manera. Y sonreír, sin más. Sonreír sin más es parecido a ver fuegos artificiales en Magic Kingdom y acabar poniéndole curitas a los labios de tanto que los estire.
No hay en la ciudad ningún escaparate que venda alfombras mágicas. Ni uno. Ni siquiera uno. A veces cuesta pero ser un personaje de Disney no está de más; allí construyen diferentes tipos de alfombras, de las que vuelan y de las que son mágicas, yo quiero una mágica; una alfombra mágica que no deje de estar protegida por un dosel de pájaros para invitarte a oler las estrellas y viajar a ras de olas.
Me verás con el sombrero del aprendiz de brujo tratando de sorprenderte haciendo con mi lámpara maravillosa caricaturas de pingüinos o perros, sin ninguna sinfonía de banda sonora que no sea tu risa, tus carcajadas; no dejaré de ver las nubes, la luna y luego entenderás lo que es hacer magia sin el genio de Aladino o el hada azul de Pinocho.
Pero yo sé que volveré a quedarme sin aliento al ver que tú sin alfombras, sin sombreros, sin varita mágica, sigues haciendo magia con tu sonrisa y tu mirada; esa que tiene la capacidad del gato de Cheshire, aparecer y desaparecer a base de voluntad.
Ya ves; he llegado al punto de enterarme que mi locura se queda en pelotas cuando me rozas las orejas y las costillas me tiemblan haciéndome cosquillas.
Las esquinas en tu refugio de algodón me han dado la idea de dejarte en el armario de los recuerdos una nota diciéndote qué has hecho, guardarlo y esconderme la llave en el tanque de los besos para hacer pie los días en que nos imprima cara de tristeza la soledad, la ausencia, el echar de menos.
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oh lo-lo

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