núblame el paisaje

Destapar su alma con palabras, pintar nubes en el cielo de su espalda, desenfundar mi voz en sus oídos, enfocar mis retinas en la imagen de su vida, renacer en la silueta de su cuerpo y endulzar sus pasos en mi camino. Déjame a secas. Inspira mi aire. Bombardéame tus latidos. Asfíxiame a besos. Rompe mis roturas. Duérmeme en tu sueño. Desconcéntrame la atención. Y, a trompetazos, núblame el paisaje.
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sin margen de error

Su mirada es el postre eterno, sus ojos mi banda ancha al panorama, su boca es el dulce más exquisito, le doy la vuelta al mundo cuando me besa y visito los planetas que rodean la tierra cuando sus labios andan en mi entrepierna. Su cuello conduce a la pista de aterrizaje donde duermen mis sueños y el peso de mi cabeza es el balance que abraza con sus brazos. Sus dedos en mi cintura y en la entrada de mi espalda me erizan la piel provocando además una descarga de sensaciones que le roban una sonrisa al saber que me tiene al ritmo de su respiración. Entre su abdomen y su vientre existe una disputa mayúscula; cada uno quiere reclinarme la vida y ser una especie de descanso. Sus piernas me aprisionan con libertad, me dan calor y amor; sus pies las estacas de la fortaleza que compartimos y sus manos también. Sus manos dan más que eso. Sus manos aprietan las ganas, descosen las heridas, arañan lo amargo y transmiten deliciosamente el afecto perfecto. Sin margen de error. Le robo el aire que inhala al comerme los labios. Le regalo mi seguridad multiplicado por Pi (3,14) y se siente a un paso de romperle las dudas en la cara a la incertidumbre. Le doy tan poco entre tanto que no sé que quedo debiéndole a su piel. Mis caricias no sé que le producen, pero las suyas me disparan a la gravedad; andar en la luna nunca fue tan terrenal. Corazón. Sí, soy su Corazón, sin más. Palpito por dos pechos. Tengo doble desgasto pero larga vida.

tanque de guerra

Tanta luz en los ojos. Al final nada se compara a los sueños, a lo que en verdad se quiere. Pero ahí estabas tú, entre las nubes y el azul del cielo, repitiendo lo mismo mil veces. Te ganó la impotencia. Te arropó la tristeza. Y ya no pensaste más. Fue una tormenta, un estruendo, así que empezaste a construir una coraza; a su manera cada quien es especialista haciendo corazas, ¿no? Es totalmente aceptable, perfecto. Fueron muchos golpes de estado esperando uno de suerte. De haberlo sabido, hubiera sacado a andar al corazón en un tanque de guerra. Te guardaste todo. Mi mano se quedará con las ganas de hacerte una cicatriz en tu rostro por aguantar el peso de tu cabeza y seguiré siendo todo aquello que siempre soñaste, buscaste y anhelaste hasta que lo tuviste y se deslizó por tu espalda. Y te quedará recordar en cada abrir y cerrar de ojos que la enormidad de las emociones no se vende ni siquiera en los escaparates de París.
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